En medio de una diligencia de exhumación, Magda sigue de cerca a los técnicos forenses. Horas más tarde no han encontrado nada. Escarba la tierra con sus propias manos, sumida en un llanto casi infantil; su desconsuelo es demoledor. Encuentra una pequeña lata vacía y recoge algunos puñados de tierra que deposita en ella. Magda regresa al pueblo abrazada a la lata con tierra e inicia un viaje de introspección en el que, emulando la presencia de su hijo en esa lata, le da el último adiós.